sábado, 9 de mayo de 2009

Guatemala: Eterna Primavera


La noche esta estrellada, la fuerza de la luna ha logrado dejar atrás una mañana lluviosa. Llego al restaurante de la Zona 10 de ciudad de Guatemala. Siempre me ha gustado ese barrio, aunque me parece increíble el tremendo contraste que era posible visualizar en sus calles en forma permanente. Negocios lujosos, coquetos café, y grandes hoteles contrastando brutalmente con la realidad social y económica que puede percibirse en algunos hombres y mujeres que caminan por sus amplias veredas.

Las mujeres vestidas en sus bellos trajes típicos, que de acuerdo con los colores de las faldas, los bordados de las blusas, llamadas “huipiles”, indican a qué comunidad cultural pertenecen y los hombres muchas veces tratando de escaparse de su origen, han dejado su atuendo tradicional para vestir al modo de los otros, y siendo por tanto reconocidos por sus propias comunidades como “ladinos”.

Pensar que los diferentes atuendos de aquella población tienen su origen en la colonización es algo que impacta. Fue en uno de los primeros viajes que aprendí sobre ello. Cuando viendo que diferentes mujeres vestían con el mismo tipo de falda en cuanto a tejido y colores y llevaban los mismos “huipiles” que pregunté la razón. Mauricio, un amigo, me explicó que en época de la colonización esa había sido la forma de identificar a las personas de las diferentes comunidades. Los colonos habían impuesto la vestimenta como forma de identificar su propiedad.

Al ingresar al restaurante, observé con detenimiento el lugar, una recepción con una decoración ecléctica donde prevalecen los tonos rojos, azules, verdes y anaranjados, en variados objetos elaborados por manos de descendientes de mayas, deja lugar a amplios espacios con diferentes ambientaciones. El lugar recibe a una diversidad multicultural de hombres y mujeres, que disfrutan del ambiente y de un muy buen servicio.

Luego de pasar el pórtico de madera oscura llego al centro del restaurante, por doquier hay braseros encendidos que dan un toque de calidez al lugar, las mesas adornadas por la lumbre de las velas están colocadas estratégicamente permitiendo apreciar la belleza del ambiente.

No dudo en elegir una de las mesas que se encuentra junto a la fuente que está en el centro del patio. En tanto espera la llegada de una amiga, me dejo llevar por el aroma que emana de la fuente, los pétalos de rosa en tonos rojos y rosados, regados en el agua, perfuman la noche.


El mesero me alcanza la carta. La ojeo sin mayor concentración y solicito quien me atiende que me sugiera una sopa que no sea demasiado picante. El mesero referencia la sopa verde y sugiere un plato en base a carne de res y verduras al vapor, al tiempo que pone sobre la mesa panecillos calientes acompañados con salsas variadas.

Luisa ingresa al restaurante. Con paso decidido y una sonrisa amplia llega hasta la mesa. En tanto me saluda afectuosamente balbucea una disculpa por su retraso, un embotellamiento en el tráfico sobre la Avenida de la Reforma ha complicado su llegada. Solicita al mesero una ensalada caprese y como plato principal pollo a la plancha con verduras frescas.

Nos conocemos desde hace varios años. Nuestra actividad profesional nos ha permitido encontrarnos en diferentes ciudades de América Latina.

¿Cómo ha estado tu vuelo? – pregunta Luisa.

Ya sabes – respondo - siempre me parece demasiado lejos llegar desde el Sur a Centroamérica, las esperas en cada escala, los trámites, en fin… lo de siempre. Por supuesto que al llegar a Santiago de Chile he aprovechado para comprar el último libro de Isabel Allende y sin lugar a dudas ha sido una gran compañía en parte del viaje.

El mesero nos sirve el primer plato el que acompañamos con un vino tinto chileno y una botella de agua pura.

Pruebo la sopa. Me gustan los sabores nuevos y mi paladar distingue sin dificultades la esencia que hace a la particularidad de los alimentos de las diferentes latitudes. Sin dejar de deleitarme con el placer que me genera aquella mezcla de verduras condimentadas como sólo allí se hace, miro a Luisa y comento reflexivamente.

- Leí tu último artículo sobre la virulencia de “las maras”. Coincido contigo que es un tipo de violencia y delincuencia que va en aumento. Pero también creo que esos grupos de jóvenes que llegan a esos extremos lo hacen como respuesta a una sociedad que no les ofrece espacios de desarrollo y crecimiento. Es sin lugar a dudas un fenómeno sociológico preocupante, muy relacionado con los Estado Unidos, la migración hacía ese país y seguramente diferentes grupos delictivos. Por lo que he podido percibir en estos casi seis meses que no vengo a Guatemala se ha incrementado la violencia. ¿Es real o es solamente mi percepción?

Luisa, responde sin dejar lugar a dudas - No, no es un tema de percepción, es real. De hecho sería apropiado que para viajar por la región tomaras algunos recaudos. No es conveniente que estés en la carretera al atardecer, y mucho menos que viajes en carro sola. ¡Ya lo sé, no me mires así! Lo prefieres, pero no es lo más adecuado. De hecho mañana luego del desayuno, quiero presentarte a alguien.

El entorno del restaurante es agradable, prestando atención es posible escuchar hablar diferentes idiomas, predomina el español, seguido por el inglés, francés y alemán, una muestra clara de la diversidad de culturas que pueden reunirse por un instante en un determinado lugar.

La cena ha llegado a su fin. Al salir del restaurante, como siempre me sorprende la cantidad de guardias particulares fuertemente armados, que esperan a en la puerta de los diversos sitios a que salgan sus “custodiados”.

La Zona 10 en ciudad de Guatemala sigue siendo un lugar altamente concurrido hasta determinada hora de la noche. Luisa me alcanza hasta el hotel y quedamos para encontrarnos para el desayuno en el entorno de las ocho de la mañana e intercambiar ideas sobre el viaje que quiero hacer a Antigua, es una ciudad que me atrapa.

Ingreso al hotel, me detengo en el lobby para admirar las orquídeas multicolores que en hermosas macetas de fibras naturales adornan el lugar. Me dirijo hacía el ascensor, descendiendo en el segundo piso. Desde siempre cuando me encuentro en regiones sísmicas solicito habitaciones en los primeros pisos. Aunque no le temo a los terremotos, siento un gran respeto por la fuerza de la naturaleza. He estado en diferentes situaciones algunas de ellas críticas y he comprendido a cabalidad la impotencia que puede sentirse frente a la furia de los fenómenos naturales.

Al descender del ascensor, camino sobre un hermoso piso de lustrosa madera, vestido con coloridas alfombras. Mi habitación es la 211. Al llegar a la misma introduzco la llave magnética, la luz verde me indica que la puerta se ha abierto. Ingreso a la habitación, dejando sobre el escritorio de fina madera mi bolso.

Pienso en la belleza de ese país, la ciudad de Antigua, sus calles y veredas angostas, sus mercados con hermosas colchas de colores, artesanías y los grupos de jóvenes de diversas culturas que eligen esa ciudad para aprender español; los volcanes de Agua y Fuego, este último siempre “chispeando” , el Santiaguito inconfundible con su color grisáceo y de una altura menor a sus hermanos pero de una potencia inmensa; las Posas en Semuc Champey, lugar sagrado en tiempo de los primeros mayas y espiritual desde siempre; Peten, la selva y la montaña, Quetzaltenango bella en sí misma.

Hay tanto para ver, vivir y experimentar… ciudad de Guatemala… la ciudad de la eterna primavera, del contraste de construcciones coloniales, con la modernidad de una gran urbe…